martes, 24 de abril de 2007

Masturbábase frenéticamente. Sí, masturbábase, por la impresión que produce el verbo de golpe sin el “se” que indica estadio o existencia. Porque esa existencia implicaría la existencia misma del personaje que todavía no ha de materializarse. Describirlo sería interesante para ver cómo se presenta. Poco a poco y mentalmente voy seleccionando los adjetivos, esos que él mismo me ha mostrado a lo largo de los años. Ante la tentativa de lo visceral quisiera hacerle unos cortes, podarle la carne que le sobra, talvez darle un poco más de estatura o cambiarle el cabello de color. Pero no, no aquí. Aquí lo material quedará como papel flotando en agua ensangrentada, casi estancada por la falta de movimiento. Como el hoyo en la conciencia que deja la vida misma. Ese que se va consumiendo, lentamente, como el papel del cigarro que espera en las manos. Un hoyo suspendido por alambres de acero que penden desde las nubes, de un punto tan alto que no se ve por la luz de arriba y no tanto por la distancia misma: contraste inequívoco aunado con la falta de una sintaxis que cuaje su vida en una línea que necesariamente se necesita para ese “click” que resulta antitético a la hora del suicidio.

Eloy me susurra su presencia. Despacito y al oído se va introduciendo, poco a poco. Siento sus lengüetadas en el lóbulo, cerca del cuello. Eloy se vuelve material para dejarme habitar sólo en la inmaterialidad misma. Es entonces que quisiera desprender la intención del teclado o tan siquiera los dedos con todo y sus uñas. Porque debajo de ellas se me esconden todos los secretos que le dieron vida. Esos que se superponen en el estadio de la subjetividad, de lo intangible. Se desprende para volar como golondrina con alas policromáticas, por rutas infinitas.

La infancia se le presentó como un recuerdo remoto y casi cubierto por el olvido. Ese polvo fino y laboriosamente colocado. Grano por grano, conforme se sucedía la dimensión tan evadida, Eloy iba poniendo el polvo estratégicamente, acomodándolo encima de esos recuerdos que le brillaban en la oscuridad.


¿La oscuridad?

Evocación,
sueño lejano,
encuentro con “la voz”,
susurro de lo inconveniente,
pensamientos lanzados,
esporádicos amorios que le hacían perder la pisada.

Tenía la mano en el miembro y la mente adentro, clavada en la imagen, siempre acerca de un hombre mayor. La tentativa de llenar ese hueco que le dejó la falta de amor paterno fácilmente se podía suplir así. Entonces el sexo se le presentaba como la única tentativa de amor al igual que se le presenta ahorita, como floreciendo lleno de expectativas y a la espera de estallar en felicidad, en lluvia de cristales rotos.

Ahorita va en el auto, por Colón. Justo en éste instante está pasando por enfrente del Wuateke. Sin embargo tiene el pasado sin concluir, ese ciclo tan conciliador con las consecuencias está aún abierto. Así resultaría absurdo siquiera tratar de comprender porqué se paró unos metros adelante, donde está el travesti con la peluca rubia y la falda azul. Así su existencia misma resultaría ininteligible.

El gusto por los travestis le vino por eso de los diecisiete años. Sus primos y su tía habían salido temprano para traer el mandado. Su tío aún dormía en el cuarto. Todos los fines de semana acostumbraba dormir con ellos. Juntos se pasaban la noche entera jugando con el Play Station que siempre quiso tener y que nunca le compraron.

Esa mañana jugaba con el volumen bajo, tan bajo que podía escuchar aún los ronquidos de su tío en la habitación de al lado. Después de estar así un rato oyó la descarga del baño, antecedida por un fuerte chorro de orina.

Al ir por agua notó que Raúl, como se llamaba su tío, había dejado la puerta entreabierta. La curiosidad lo invadió, el insipiente deseo de transgredir los límites de lo privado comenzaba a punzarle, como alfileres helados en la nuca. De regreso notó que estaba acostado boca arriba, en su cama, viendo la televisión del cuarto. Éste al verlo pasar con el vaso de agua se tapó con la cobija la erección y le dijo:

-Ven Eloy.
-¿Qué pasó tío?
-Donde está tu tía y tus primos?
-Fueron al mercadito.

Mientras platicaban, Eloy escamoteaba con la mirada la erección de su tío. Al darse éste cuenta añadió:

-¿Te gusta?

Eloy no supo qué contestar. Con un gesto de cabeza le indicó que se acercara y Eloy obedeció. Después de un momento de caricias trémulas y sin previo aviso, Raúl abandonó la cama para irse directo al vestidor. Antes de eso cerró con llave la puerta del cuarto. Un par de minutos más tarde salió. Tenía puesto un brasier de su esposa y mientras sacaba las nalgas se acariciaba las medias negras, equilibrándose en los tacones que parecía romper con el peso.

-¿Te gusta Eloyito?- le preguntó nuevamente mientras se empinaba sobre la cama, haciendo una separación entre “el” y “oyito”.

Entonces Eloy le vio el ano. Con el dedo índice comenzó a acariciárselo. Sintiendo los pliegues y aspirando ese olor que le resultaba desagradable y excitante a la vez. Con el dedo lo iba dibujando, como se dibuja su existencia misma a través de estas páginas. Entonces deviene su inmaterialidad de la falta de las páginas. Su existencia se reduce a la presencia y la ausencia de luz. Esa presencia que se traduce en contexto y la ausencia en falta de ondas para ser recibidas por las retinas, configuradas por las córneas, descifradas en el cerebro.

Jamás me he sentido parte de nada. Jamás he sentido mi interior completamente interno. Siempre tiene que haber fugas. Pequeños orificios por donde me escurro, quedando expuesto. Es en eso en lo que me siento identificado con Eloy. Porque él estaba volteado, tenía las connotaciones debajo de la piel y la escritura, los versos ininteligibles y las lagrimas que se le ahogan. Y es que los ojos le lloran involuntariamente con sólo ver ropa colgada, escurriendo, como se escurre la vida por entre los pliegues de la piel. La vejez no es entendida hasta que se vive, por eso aún no la entiendo, por eso aún la veo tan lejana e inalcanzable. Sin embargo me veo en el reflejo de Eloy, que ya es viejo y continúa solo. Ahora acaba de cerrarle la puerta a Grecia, como le dijo entre las masticadas que le daba al chicle y después de aclararle que setenta por el “wuawis” más el condón. Ahora su soledad se desdibuja y su presencia se acentúa.

martes, 17 de abril de 2007

Eloy había nacido en un hospital del seguro social, sus padres tenían dinero pero eran demasiado codos y sin embargo impredecibles; la mayoría de las veces en el árbol de navidad encontraba una bufanda o unos calcetines, pero ocasionalmente solía aparecer algún regalo excepcional, aquel regalo que todos los niños deseaban y pocos obtenían. Eloy era un niño muy inteligente que sabía aprovechar sus regalos con cautela, estaba acostumbrado a no enamorarse de las cosas materiales y podía ser muy compartido si se lo proponía pero todo para dar un golpe combo, sus padres le prepararon una vida difícil, pero el trataba de agarrar lo bueno y aprender de ello además de que le gustaba ser malicioso y vestirse de cordero cuando en realidad era un lobo; Eloy no era vengativo, pero le gustaba la justicia y si era la propia mejor; tuvo que sufrir la decisión de sus padres cuando imprimieron su nombre en el acta de nacimiento, siempre que conocía a alguien nuevo le pasaba por la cabeza la estúpida idea de sus padres por ponerle así y causar la poca creatividad fonética de sus compañeros por su nombre que por lo general siempre se remitía al mismo insulto, pero luego pensaba para sí mismo que si sus padres no le hubieran dado esa bendición no podría tener tanta malévola imaginación y tener la oportunidad de divertirse tanto haciendo justicia, porque de otra manera, es posible que sus compañeros no le dieran motivos para realizar su hobbie.
De vez en cuando realizaba inventos muy elaborados y en otras ocasiones se conformaba con pequeñas travesuras simples pero con mucho daño emocional, esas eran las mejores, pensaba, un menor esfuerzo y con un final para enmarcar ponía un reto a su creatividad.
Al principio construía artefactos o incluso compraba cosas con lo que le daban los abuelos o algún familiar que se compadecía por la codicia de sus padres, pero luego aprendió a comprarse cosas para su diversión solitaria y usar lo que tuviera al alcance de su mano para estropear la vida de quien a su juicio se lo merecía; usaba pociones mágicas que guardaba su mamá para mejoramiento físico; cremas aceites o incluso algunas otras más poderosas; tranquilizantes o alivio para el estreñimiento.
Salió del kinder siendo el líder de su salón, nadie se atrevía a tocarle o gastarle una broma; Eloy ansiaba entrar a la primaria; sus compañeros le mostraban tanto respeto que le aburría.

martes, 10 de abril de 2007

Eloy Mier, que nombre y apellido tan estúpido le habían heredado sus padres.
Eso pensaba a diario Eloy Mier, cuando sus compañeritos de la escuela le gastaban hartas bromas -Maestra, Mier da la clase -decía Pedrito- mirando de reojo al regordete Eloy.

Eloy era un niño que ni los recreos esperaba, pues nada más salía del cuadro protector del salón de clase y hasta los más insulsos de sus compañeros le gritaban al unísono, como un coro profesional en diferentes tonalidades “eloyito eloyito, el del culo sanito” y reían sin parar.

Estudiar le gustaba era rápido con el abaco y le agradaba que la maestra le pusiera estrellitas en la frente por sus habilidades matemáticas, eso le traía buenas retribuciones de papá Noél.

Esa navidad apareció en el pino que aromaba toda su casa un atarí, ya no se aburriría de armar con tanto vértigo el cubo rubik que se compró, después de ahorrar las moneditas que le dejaba el ratón de los lácticos dientes.

Ese atarí lo reivindicaría con sus compañeros de clase. Pasó de ser el regordete de quien todos se burlaban, a una especie de deidad de rebozante proporciones, estilo buda. Llegaban sus compañeritos y le sobaban la circular barriga y le daban ofrendas como pingüinos marinela y paletas tupsi pop; Claro, con la fe ciega de que los llevará al cielo de los video juegos, llegar al nirvana del Pac man.

Pero este regordete Dios no sabía de justicia o más bien sabía demasiado al respecto, comenzó por cobrar venganza divina con Pedrito, lo invitó a su casa a jugar al atarí.

Lo tenía todo planeado. Pedrito llegaría a las cuatro pe eme. Irían a su cuarto, el cuál no disponía de baño, después de una hora de juego, le daría de beber un kool aid de cereza con algo de purgante y cerraría con seguro para que no tuviera oportunidad de salir, entonces, la diarrea haría de los calzones de Super man de Pedrito estragos. Para esto haciendo uso de sus cálculos matemáticos, estarían llegando cuatro de sus compañeritos más populares del salón a los cuales había citado a las cinco pe eme, tomando en cuenta que a su corta edad sabía que la gente llegaba con mínimo quince minutos retrazo.

Y así pasó. El día planeado, llegó Pedrito a la hora indicada, era tanta la ansia de Pac man por comer fantasmas y cerezas. Jugaron una hora, y con toda la pueril adrenalina corriendo por sus párvulos cuerpos le dio sed al tal Pedrito. Fue por el Kool aid de cereza. Gozó de ver como se lo bebió hasta la última gota, cerró la puerta con seguro. Nada más faltaba la llegada de sus compañeritos de clase, después del chispeante efecto. En eso vió como se retorcía Pedrito, mientras sonaba el timbre y escuchaba la voz de su madre recibiendo a los pequeñitos. Jejejejejeje se escuchaba la chillona risa del gordito Eloy. Brotaron sonidos acuosos por el pequeño trasero de Pedrito, y arrancó hacia la puerta tratando de abrirla. Cuando la logró abrir entraron todos los niños y se taparon las narices sincronizadamente, mientras Eloy Eloyito el del culo sanito, gritaba ¡Mierda, la de las nalgas de Pedrito!
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