martes, 19 de junio de 2007

¿Pero que ha pasado? ¿me habré perdido acaso? nos gusta jugar con los personajes, nos gusta ser dioses
Eloy Mier, que nombre y apellido tan estúpido le habían heredado sus padres.
Eso pensaba a diario Eloy Mier, cuando sus compañeritos de la escuela le gastaban hartas bromas -Maestra, Mier da la clase -decía Pedrito- mirando de reojo al regordete Eloy...
Eloy nunca existió, ¿se llama Eloy? ¿Y me creíste?
Bueno Grecia si existe, bueno... los demás también ¿Pero Eloy? era toda una fantasía, nunca lo conocí, era un niño muy tímido y nunca quiso invitarme a ningún lado por más que le hubiera abierto las piernas disimuladamente cuando me aburría en clase de literatura, con puras fantasias de extraño ¿Cuál es el merito? si yo me la paso jodiendo a "Eloy". Eloy no existe, pero también es mi fantasía; ¿No es cierto? Por qué no habría de odiarlo y ponerle un nombre tan odioso como Eloy si nunca me peló, si nunca miró cuando abría las piernas en lo que él, el muy ñoño se le saltaban los ojos cuando la maestra leía los cuentitos de Kafka, maldito niño raro.
Pero aprenderé a convertirme en cucaracha haber si así me hace caso. Eloy no existe, pero existe para mí, ese ser repulsivo escarabajiento que jode como si tuviera cayos; pero ¿Eloy no existe? Claro que existe, existe para mí. Lo han violado, lo han torturado con su nombre, es otro homosexual más en el mundo absurdo, Eloy no existe, pero lo he matado; lo maté. Murió, pero eloy ayer me habló por teléfono y he decidido que volvió, pero si lo he matado... he pensado que de todos modos no existe ¿O sí?.
Eloy era un niño tímido, que le gustaba jugar con los ojos cuando escuchaba una buena literatura, conoció a Grecia a sus 13 años, era su novia desde los 10; la había conquistado cuando le cantó un poema por la ventana y ella con las piernas al aire sentada en la ventana lo escuchaba. mientras su madre tenía las piernas y el busto en la calle esperando un carro, no quería ser como ella, pero se sentía comoda mostrandole las piernas a eloy por la ventana. Martito amaba a Grecia, pero ella amaba la poesía.
Martito se a acostumbrado al bouyerismo, yo también, le agarro la mano cuando escucho a Eloy recitar y él me la aprieta al ver a Grecia en la ventana.

miércoles, 6 de junio de 2007

Edgardo tiene cuarenta y cinco o cuarenta y seis años, no lo recuerdo bien. Tiene la barba espesa y del cuello le pende una bendición que se mantiene hermética y un oso de oro. Entre sus dedos tiene la crema del café. Mientras habla conmigo mueve los botecitos. Los mueve entre sus dedos sin darse cuenta, de manera involuntaria. En ese momento saco la libreta de mi morral y anoto: “mientras habla conmigo, Edgardo mueve la crema del café entre los dedos.”

Recolecto frases. Alguna vez escuché, en un tertulia, de un hombre que las coleccionaba. Yo no las colecciono, porque coleccionarlas sería atesorarlas y las frases no le pertenecen a nadie. Las frases se perteneces a sí mismas. Las recolecto y las guardo en mi memoria hasta que se me escurren por el cuello por el hombro y por los brazos hasta salírseme por los yemas de los dedos.

Llegué al Samborns faltando sólo un poco para las seis de la tarde. Me senté, pedí un americano y abrí el libro. Estuve leyendo un poco y entonces llegó Edgardo. Lo vi desde lejos, desde el momento en que entró. Sus ojos rojos y sus movimientos torpes nunca lo abandonaban; comenzó a meterse coca desde los diecisiete años.

“No encontraba la cois y necesitaba un jalón para levantarme; disculpa”, me dijo cuando vi el reloj mientras él se sentaba. Yo no respondí y seguí leyendo por un momento. Levantó la mano y pidió una naranjada a la mesera. “Ándale Grecia, ya no estés enojada conmigo”, añadió mientras me tomaba la mano.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Pero si todo era tan confuso, un asesinato te transforma, te hela la sangre y la colorea a un azul intenso que es necesario asolearte como lagartija lo más posible en tiempo de verano para tener un poco de humanidad si es que aún sobra algo.
Pero hacía frío, en pleno invierno, el cuerpo de ELoy estába esparcido en cenizas, se había tragado un poco de ellas cuando después de cremarlo su familia decidió aventarlo en la montaña para que le fuera más fácil ascender, pero no resultaba, las cenizas se caían al vacío y ella tras de una piedra a lo lejos saboreo algunas particulas que llegaron hasta su lengua. Eloyy, suspiraba el viento algunos trazos de su existencia. ¿Pero cuando terminaría de dolerle? Martito la observaba a lo lejos, ella no pudo percibirlo por su ensimismamiento y el sabor de Eloy en sus labios. Martito buscaba venganza.

jueves, 24 de mayo de 2007

Todavía resbalaba la sanguinolenta materia sobre la navaja cromada. Frotaba con un pañuelo color marfil de adelante para atrás el objeto punzo-cortante mientras se iba tiñendo de rojo. Esos movimientos asemejaban una masturbación y en cierto modo, esta imagen la excitaba sobremanera.
No quería dejar rastro alguno de plaquetas ni glóbulos rojos, quería guardar el arma del crimen como un trofeo brillante, un premio por haberse liberado de un engaño. La escondería en alguna parte de su departamento y cuando sintiera que alguien tomaba las riendas de su vida, aprovechándose de su buena fe y su caribeño cuerpo, vería el reflejo de sus ojos tristes en esa navaja, como lo hacía ahora.

Se preguntaba de qué manera se puede ser tan patán y tan imbécil, ¿ a poco no era suficiente que le hubiera perdonado el parecido a su padre? que tanto asco le daba; o también que le perdonara sus llegadas tarde y que a veces no durara tanto en la cama, si claro, todo eso era perdonable pero perdonarle una infidelidad como la que presenció con el tal Martito jotito, putito ese, eso si que no.

Minutos antes, Eloy y ella compartían el lecho, entre sudor y gemidos. Después de tantos momentos de intimidad compartida deseaba que antes de empujarlo a cruzar de la vida a la muerte, sus pensamientos fueran de placer, todavía escurrían por sus estrechos pliegues del ano, las últimas blancuzcas partículas de vida de Eloy. Tenía ese sentimiento ambiguo, contrastante, agridulce. Sí , sentía placer y pena al mismo tiempo

Ya nunca pronunciaría su nombre, era una promesa que se había hecho. Ni al momento de confesar sus delito ante alguien. Tendría que llamarlo a Eloy de otra forma, tal vez, como lo hacía en sus jugueteos sexuales, se le vino a la mente la primera vez que bromearon al respecto, después de que ella apretará con tal fuerza su pene que el perdió la respiración por fracciones de segundos. Si aquella vez ella estaba con el sin lucro de por medio, caricias provenientes del mero hecho de compartir su calor y soledad con él.

− ¿Grecia sabes por qué les dicen gatos a los maricones?− Le decía Eloy mientras recorría su espalda lentamente hacía abajo.
− Por resbalosos…− contestaba Grecia mientras reía.
−No − seguía acariciándole la espalda bajando lentamente hasta que llegó al ano y metió el índice estrepitosamente−. Les dicen porque les soban la espalda y te paran la cola…
−¡Ay Tonto! Entonces tú eres Garfield o Kitty… No no eres Félix el gato.
−¡Miau!
Y los dos reían como locos, mientras comenzaban a tocarse entre espasmos de placer.

Después de terminar de limpiar todo. Y Aprovechando que eran las cuatro de la madrugada. Tomó sus pertenencias, las guardó en una bolsa y salió de la casa con ropa de Eloy. Sabía que la vecina era metiche, pero algo miope y vio cuando entro Eloy acompañado de una mujer, es decir él, entonces las sospechas recaerían directamente del hombre que saliera de la casa, en el caso de que lo llegarán a ver. Se dirigía a la casa de Gaby, al salir se dijo a sí misma, en voz muy baja, como convenciéndose
− Pinche resbaloso, eres igual de ladino como ese pinche gato negro, el gato Félix. Sí. Te merecías que te atravesará el corazón.

martes, 15 de mayo de 2007

Camino, con la poca velocidad que se consigue en pocos pasos: lo ancho de la banqueta. Antes de llegar a la calle doy vuelta repentinamente, mientras giro la cabeza. Sí, exagero, lo suficiente para que se me agite el cabello, es lo que les gusta a mis clientes. Después de todo es mío, es natural y no una pinche peluca. Siempre que lo hago me imagino a la noche. La imagino e imagino a mis cabellos como filosos cuchillos que la cortan para dejar pasar la luz. Luz de mis amores, que me ilumina.

Me llamo Grecia. Por las noches hago sexo y por el día poesía. Aunque casi siempre que me están cogiendo, para evitar el dolor, pienso en el siguiente texto que publicaré: el sexo se me mezcla con las letras. El nombre de mi blog: trestrazos. Así, unido, como las tres cicatrices de mi espalda. Esas que me hizo mi padre cuando aún era niña, o niño, cómo me quieras poner en las notas que tomes de mi vida.

La infancia. En ese entonces Grecia aún no existía, estaba contenida en la mente de Eduardo. Se escondía, esparcida en infinitas partículas por entre los recovecos mentales, dentro de sentimientos que jamás había experimentado. Poco a poco fue adquiriendo forma, se fue configurando hasta convertirse en esa que está parada allí, a un lado mío. La veo moverse adelante y atrás, la veo pensativa cada vez que agita su cabello entre la noche.

Comenzó a asomarse en las pulseritas de colores. De su muñeca colgaban cuentas de resina, unas con forma de osito y otras de mariposa. Entre ellas uno que otro corazón de metal cromado. Siempre que caminaba se preocupaba por agitar los brazos casi estrepitosamente, para que quien pasara a su lado volteara a verle las pulseras y volteara a verlo a él, porque él se encuentra contenido en ella.

Cuando se lo dijo, Gabriela estaba sentada en la sala de su casa, escuchando “Como han pasado los años…” No creía que alguien como Grecia pudiera llegar a cometer un asesinato. Y más que pudiera matar a alguien a quien quería tanto. Si bien era grade de cuerpo, su carácter reflejaba la sumisión de quien se siente vulnerable ante todos.

A él lo conoció cuando cambió de lugar. Llegaba todas las madrugadas, como a eso de las tres, cuando ella aún estaba allí. Ahora el lugar acostumbrado era Gonzalitos, casi llegando a Madero. Siempre le decía que estaba escribiendo y que, como no podía dormir, decidió salir a dar un paseo. Así se consumían la noche juntos, fumando y platicando a distancia para no espantar a sus clientes: ella en la banqueta, él sentado entre los autos. Se llamaba Félix.


martes, 8 de mayo de 2007

Nací en una época poco buena para el calendario, mi madre que en el parto murió sabiendolo tenía el calendario siempre la mano esperando a que yo naciera. nací a las 12:01 de la madrugada; por eso aún en el parto esperaba la hora en que naciera para poder ver mi nombre.
Era el día de San Marta, ella aliviada y con su ultimo aliento de vida me nombró marto, martito.
Fue la desgracia de mi nombre hasta en mi familia, mi padre no pudo cambiar el nombre que mi madre había escogido para mí, por su recuerdo. había peleado mucho con mi madre con lo del nombre, él no quería que se escogiera en un calendario con los nombres de los santos, pero muerta ella cumplió su deseo.
toda mi vida parecía volcarse en diminutivo, marTITO... tonTITO... puTITO, miles de burlas diminutivas nacían de mi nombre.
Pero Entonces conocí a Eloy...

martes, 1 de mayo de 2007

Eduardo Cota. Lalo para los gandules callejeros que lo trataban y mejor conocido como Grecia en el mundo de las drag queens. Se encontraba todas las noches apoyada en sus tacones dorados y acomodándose sus grandes senos de silicona que tanto le habían costado, esperando que la hormona se le agitará a algún conductor de moral distraída que merodiara por su zona a altas horas de la madrugada. Así era su rutina laboral desde que tenía quince años.

A esta vida había incursionado por necesidad, déspues que una noche su padre un viejo calvo y gordo, fumador compulsivo de Marlboro rojo, en una de sus tantas noches de juerga andando ebrio, ya cansado de ver sus delicados movimientos, le propino una golpiza y le dejo claro que para él ya no tenía hijo y que nunca lo tuvo. La madre de Eduardo, señora sumisa y de mirada triste, no dijo palabra alguna y solamente rodó por su cara un bosquejo de lágrima. Con tristeza trató retenerle la mirada a Eduardo sin tener éxito y se limito a agachar la cabeza. Eduardo entendió el mensaje de su madre y tomó sus cosas para no volver. Esa sería la última vez que vería a sus padres…
Él ya había visto a las “Chicas” en la avenida esperando por vender sus caricias. Esa noche intento acercarse a ellas, pero tenía algo de miedo y timidez. Así que se dedicó a observar como era el ritual, hasta que le ganó el cansancio y decidió ir a buscar en un parque cercano un lugar donde dormir.

Al otro día fue al banco a buscar a su hermana Teresa y le contó la situación, le pidió una ayuda económica. Teresa tenía un dinerito ahorrado porque estaba en proceso de casarse, ella lo abrazo fuertemente y le dijo − Eduardo toma este dinero y busca donde dormir, sé que no tienes muchos amigos y que te encuentras una situación difícil pero yo ya no puedo hacer más. Estoy a punto de iniciar una vida. Espero comprendas…
Eduardo la abrazo y tomó el dinero de su hermana. No tenía tiempo para lloriqueos y menos para sentir autocomplacencia. Con ese dinero rento un cuarto de hotel barato y volvió al lugar de las chicas. Sabía cual era el siguiente paso. Les pagaría por que le enseñaran que hacer y como manejarse en el negocio. Esa sería su vida, así lo había decidido.
Así es como conocería a “Gabriela” una veterana en la escena. Se le acercó y antes de poder decirle algo, Gabriela con voz grave y ese tonito característico de las vestidas le dijo − Acércate mushasho no muerdo− guiñándole el ojo de manera coqueta − Si tienes dinero puedes tocarme toda y movía la lengua como un péndulo acompasado.
Eduardo se aproximó. − mmm yo te pago pero… ¡Enséñame a ser como tú!.
Gabriela comenzó a reír como loca, después lo miro fijamente a los ojos y le dijo
−Mi niño − empezó a reír con discreción − ¿o tendría que decirte mi niña?. Esto es algo difícil y poco recomendable, mejor regresa a tu casa. Eduardo después de esta respuesta comenzó a llorar. Gabriela comprendió y desde ese entonces, ella fue su maestra. De ella aprendió a transformarse en “mujer”. Ella fue la que le puso Grecia, porque se le hacía sofisticado. A parte como una broma “Grecia no se hizo en un día”.
Grecia nunca había tenído un sentimiento hacia sus clientes, era profesional en el arte que le daba de comer y que le ayudaba en su mutación a mujer, le faltaba poco para darle fin a su miembro viril, que tanta repulsión le daba en su cuerpo y transformarse en toda una chica.
Todo iba bien pero una noche llegó un cliente, por lo general les preguntaba su nombre para romper el hielo. Había tenido una noche tranquila sin mucha clientela, cuando se aproximó un Volvo platino, con unos polarizados que no dejaban ver el interior. Lo de los polarizados nunca le dio buena espina a Grecia, pero tenía que talonear y no quedaba de otra. Camino con firmesa y apretujaba sus “nenas” para que el cliente viera la mercancía.
−¿Cómo te llamas Guapo?- mientras mascaba un chicle de menta y miraba el interior del lujoso coche.
−Eloy. −Contestó sin mucha expresividad−. ¿Y tú?
−Soy Grecia.
En eso Grecia ya tocaba a Eloy en la entrepierna mientras decía lo clásico “setenta por el “wuawis” más el condón”. Ocurrió lo que tenía que ocurrir sin complicaciones.
Después del trabajo Eloy le pagó por sus servicios sin más ni más, pero con una expresión en la cara de haber saciado su placer y se despidió diciendo “Grecia, nos estaremos viendo y haber si luego quieres pasar la noche conmigo, total dinero tengo”. Y arrancó rápidamente y se desvaneció en el espació urbano.
Ella se quedo con una cierta sensación que no podía describir. Y no sabía a que se debía. Volvió a su esquina a esperar un cliente más, el último de la noche. Pero no pasaba gran cosa. Escuchó a lo lejos una canción que provenía de un marquis negro. “Y te soñé y te pensé en bibliotecas, en hoteles desvarié, no conocí otra mujer, con esa diáfana mirada y esa piel…” el cual se estacionó de manera repentina. Se dirigió al coche y abrió la puerta mientras un joven de larga cabellera y sutil gallardía buscaba algo.
−Hola, ¿vas a querer el servicio?
El joven comenzó a reír y le dijo
− No es lo que parece.
−¡Ash! con ese cuento a otra tonta, jijiji. Ándale seré buena eres el último de la noche.
−La verdad es que se me calleron unos tabacos y no los encuentro. ¿Me ayudas a buscarlos?
−Bueno… Ah, aquí están. Jejeje que raro yo ya haciéndome ilusiones, jejejeje oye y no te llaman la atención mis “nenas”. −Mientras frotaba sus senos en forma circular−.
−Jajajaja la verdad no se ven mal, pero no me gusta el cotorreo con hombres. Bueno me retiro. ¿Un tabaco?
−Ok. Gracias , Soy Grecia, por si luego se te ocurre andar de travieso−Gritó acomodándose la pequeña minifalda mientras el coche partía−. Encendió el tabaco que le obcequio el gallardo joven.
Al quedarse sola, el aroma de los marlboro rojos le ayudó a descifrar la sensación que le dejo el cliente del volvo platino.Le recordaba a su padre, sintió revuelto el estomago y tiró el cigarro… Le supo más amargo que de costumbre.
La próxima vez que volviera Eloy para comprar sus servicios, no sería tan bueno el trato…

martes, 24 de abril de 2007

Masturbábase frenéticamente. Sí, masturbábase, por la impresión que produce el verbo de golpe sin el “se” que indica estadio o existencia. Porque esa existencia implicaría la existencia misma del personaje que todavía no ha de materializarse. Describirlo sería interesante para ver cómo se presenta. Poco a poco y mentalmente voy seleccionando los adjetivos, esos que él mismo me ha mostrado a lo largo de los años. Ante la tentativa de lo visceral quisiera hacerle unos cortes, podarle la carne que le sobra, talvez darle un poco más de estatura o cambiarle el cabello de color. Pero no, no aquí. Aquí lo material quedará como papel flotando en agua ensangrentada, casi estancada por la falta de movimiento. Como el hoyo en la conciencia que deja la vida misma. Ese que se va consumiendo, lentamente, como el papel del cigarro que espera en las manos. Un hoyo suspendido por alambres de acero que penden desde las nubes, de un punto tan alto que no se ve por la luz de arriba y no tanto por la distancia misma: contraste inequívoco aunado con la falta de una sintaxis que cuaje su vida en una línea que necesariamente se necesita para ese “click” que resulta antitético a la hora del suicidio.

Eloy me susurra su presencia. Despacito y al oído se va introduciendo, poco a poco. Siento sus lengüetadas en el lóbulo, cerca del cuello. Eloy se vuelve material para dejarme habitar sólo en la inmaterialidad misma. Es entonces que quisiera desprender la intención del teclado o tan siquiera los dedos con todo y sus uñas. Porque debajo de ellas se me esconden todos los secretos que le dieron vida. Esos que se superponen en el estadio de la subjetividad, de lo intangible. Se desprende para volar como golondrina con alas policromáticas, por rutas infinitas.

La infancia se le presentó como un recuerdo remoto y casi cubierto por el olvido. Ese polvo fino y laboriosamente colocado. Grano por grano, conforme se sucedía la dimensión tan evadida, Eloy iba poniendo el polvo estratégicamente, acomodándolo encima de esos recuerdos que le brillaban en la oscuridad.


¿La oscuridad?

Evocación,
sueño lejano,
encuentro con “la voz”,
susurro de lo inconveniente,
pensamientos lanzados,
esporádicos amorios que le hacían perder la pisada.

Tenía la mano en el miembro y la mente adentro, clavada en la imagen, siempre acerca de un hombre mayor. La tentativa de llenar ese hueco que le dejó la falta de amor paterno fácilmente se podía suplir así. Entonces el sexo se le presentaba como la única tentativa de amor al igual que se le presenta ahorita, como floreciendo lleno de expectativas y a la espera de estallar en felicidad, en lluvia de cristales rotos.

Ahorita va en el auto, por Colón. Justo en éste instante está pasando por enfrente del Wuateke. Sin embargo tiene el pasado sin concluir, ese ciclo tan conciliador con las consecuencias está aún abierto. Así resultaría absurdo siquiera tratar de comprender porqué se paró unos metros adelante, donde está el travesti con la peluca rubia y la falda azul. Así su existencia misma resultaría ininteligible.

El gusto por los travestis le vino por eso de los diecisiete años. Sus primos y su tía habían salido temprano para traer el mandado. Su tío aún dormía en el cuarto. Todos los fines de semana acostumbraba dormir con ellos. Juntos se pasaban la noche entera jugando con el Play Station que siempre quiso tener y que nunca le compraron.

Esa mañana jugaba con el volumen bajo, tan bajo que podía escuchar aún los ronquidos de su tío en la habitación de al lado. Después de estar así un rato oyó la descarga del baño, antecedida por un fuerte chorro de orina.

Al ir por agua notó que Raúl, como se llamaba su tío, había dejado la puerta entreabierta. La curiosidad lo invadió, el insipiente deseo de transgredir los límites de lo privado comenzaba a punzarle, como alfileres helados en la nuca. De regreso notó que estaba acostado boca arriba, en su cama, viendo la televisión del cuarto. Éste al verlo pasar con el vaso de agua se tapó con la cobija la erección y le dijo:

-Ven Eloy.
-¿Qué pasó tío?
-Donde está tu tía y tus primos?
-Fueron al mercadito.

Mientras platicaban, Eloy escamoteaba con la mirada la erección de su tío. Al darse éste cuenta añadió:

-¿Te gusta?

Eloy no supo qué contestar. Con un gesto de cabeza le indicó que se acercara y Eloy obedeció. Después de un momento de caricias trémulas y sin previo aviso, Raúl abandonó la cama para irse directo al vestidor. Antes de eso cerró con llave la puerta del cuarto. Un par de minutos más tarde salió. Tenía puesto un brasier de su esposa y mientras sacaba las nalgas se acariciaba las medias negras, equilibrándose en los tacones que parecía romper con el peso.

-¿Te gusta Eloyito?- le preguntó nuevamente mientras se empinaba sobre la cama, haciendo una separación entre “el” y “oyito”.

Entonces Eloy le vio el ano. Con el dedo índice comenzó a acariciárselo. Sintiendo los pliegues y aspirando ese olor que le resultaba desagradable y excitante a la vez. Con el dedo lo iba dibujando, como se dibuja su existencia misma a través de estas páginas. Entonces deviene su inmaterialidad de la falta de las páginas. Su existencia se reduce a la presencia y la ausencia de luz. Esa presencia que se traduce en contexto y la ausencia en falta de ondas para ser recibidas por las retinas, configuradas por las córneas, descifradas en el cerebro.

Jamás me he sentido parte de nada. Jamás he sentido mi interior completamente interno. Siempre tiene que haber fugas. Pequeños orificios por donde me escurro, quedando expuesto. Es en eso en lo que me siento identificado con Eloy. Porque él estaba volteado, tenía las connotaciones debajo de la piel y la escritura, los versos ininteligibles y las lagrimas que se le ahogan. Y es que los ojos le lloran involuntariamente con sólo ver ropa colgada, escurriendo, como se escurre la vida por entre los pliegues de la piel. La vejez no es entendida hasta que se vive, por eso aún no la entiendo, por eso aún la veo tan lejana e inalcanzable. Sin embargo me veo en el reflejo de Eloy, que ya es viejo y continúa solo. Ahora acaba de cerrarle la puerta a Grecia, como le dijo entre las masticadas que le daba al chicle y después de aclararle que setenta por el “wuawis” más el condón. Ahora su soledad se desdibuja y su presencia se acentúa.

martes, 17 de abril de 2007

Eloy había nacido en un hospital del seguro social, sus padres tenían dinero pero eran demasiado codos y sin embargo impredecibles; la mayoría de las veces en el árbol de navidad encontraba una bufanda o unos calcetines, pero ocasionalmente solía aparecer algún regalo excepcional, aquel regalo que todos los niños deseaban y pocos obtenían. Eloy era un niño muy inteligente que sabía aprovechar sus regalos con cautela, estaba acostumbrado a no enamorarse de las cosas materiales y podía ser muy compartido si se lo proponía pero todo para dar un golpe combo, sus padres le prepararon una vida difícil, pero el trataba de agarrar lo bueno y aprender de ello además de que le gustaba ser malicioso y vestirse de cordero cuando en realidad era un lobo; Eloy no era vengativo, pero le gustaba la justicia y si era la propia mejor; tuvo que sufrir la decisión de sus padres cuando imprimieron su nombre en el acta de nacimiento, siempre que conocía a alguien nuevo le pasaba por la cabeza la estúpida idea de sus padres por ponerle así y causar la poca creatividad fonética de sus compañeros por su nombre que por lo general siempre se remitía al mismo insulto, pero luego pensaba para sí mismo que si sus padres no le hubieran dado esa bendición no podría tener tanta malévola imaginación y tener la oportunidad de divertirse tanto haciendo justicia, porque de otra manera, es posible que sus compañeros no le dieran motivos para realizar su hobbie.
De vez en cuando realizaba inventos muy elaborados y en otras ocasiones se conformaba con pequeñas travesuras simples pero con mucho daño emocional, esas eran las mejores, pensaba, un menor esfuerzo y con un final para enmarcar ponía un reto a su creatividad.
Al principio construía artefactos o incluso compraba cosas con lo que le daban los abuelos o algún familiar que se compadecía por la codicia de sus padres, pero luego aprendió a comprarse cosas para su diversión solitaria y usar lo que tuviera al alcance de su mano para estropear la vida de quien a su juicio se lo merecía; usaba pociones mágicas que guardaba su mamá para mejoramiento físico; cremas aceites o incluso algunas otras más poderosas; tranquilizantes o alivio para el estreñimiento.
Salió del kinder siendo el líder de su salón, nadie se atrevía a tocarle o gastarle una broma; Eloy ansiaba entrar a la primaria; sus compañeros le mostraban tanto respeto que le aburría.

martes, 10 de abril de 2007

Eloy Mier, que nombre y apellido tan estúpido le habían heredado sus padres.
Eso pensaba a diario Eloy Mier, cuando sus compañeritos de la escuela le gastaban hartas bromas -Maestra, Mier da la clase -decía Pedrito- mirando de reojo al regordete Eloy.

Eloy era un niño que ni los recreos esperaba, pues nada más salía del cuadro protector del salón de clase y hasta los más insulsos de sus compañeros le gritaban al unísono, como un coro profesional en diferentes tonalidades “eloyito eloyito, el del culo sanito” y reían sin parar.

Estudiar le gustaba era rápido con el abaco y le agradaba que la maestra le pusiera estrellitas en la frente por sus habilidades matemáticas, eso le traía buenas retribuciones de papá Noél.

Esa navidad apareció en el pino que aromaba toda su casa un atarí, ya no se aburriría de armar con tanto vértigo el cubo rubik que se compró, después de ahorrar las moneditas que le dejaba el ratón de los lácticos dientes.

Ese atarí lo reivindicaría con sus compañeros de clase. Pasó de ser el regordete de quien todos se burlaban, a una especie de deidad de rebozante proporciones, estilo buda. Llegaban sus compañeritos y le sobaban la circular barriga y le daban ofrendas como pingüinos marinela y paletas tupsi pop; Claro, con la fe ciega de que los llevará al cielo de los video juegos, llegar al nirvana del Pac man.

Pero este regordete Dios no sabía de justicia o más bien sabía demasiado al respecto, comenzó por cobrar venganza divina con Pedrito, lo invitó a su casa a jugar al atarí.

Lo tenía todo planeado. Pedrito llegaría a las cuatro pe eme. Irían a su cuarto, el cuál no disponía de baño, después de una hora de juego, le daría de beber un kool aid de cereza con algo de purgante y cerraría con seguro para que no tuviera oportunidad de salir, entonces, la diarrea haría de los calzones de Super man de Pedrito estragos. Para esto haciendo uso de sus cálculos matemáticos, estarían llegando cuatro de sus compañeritos más populares del salón a los cuales había citado a las cinco pe eme, tomando en cuenta que a su corta edad sabía que la gente llegaba con mínimo quince minutos retrazo.

Y así pasó. El día planeado, llegó Pedrito a la hora indicada, era tanta la ansia de Pac man por comer fantasmas y cerezas. Jugaron una hora, y con toda la pueril adrenalina corriendo por sus párvulos cuerpos le dio sed al tal Pedrito. Fue por el Kool aid de cereza. Gozó de ver como se lo bebió hasta la última gota, cerró la puerta con seguro. Nada más faltaba la llegada de sus compañeritos de clase, después del chispeante efecto. En eso vió como se retorcía Pedrito, mientras sonaba el timbre y escuchaba la voz de su madre recibiendo a los pequeñitos. Jejejejejeje se escuchaba la chillona risa del gordito Eloy. Brotaron sonidos acuosos por el pequeño trasero de Pedrito, y arrancó hacia la puerta tratando de abrirla. Cuando la logró abrir entraron todos los niños y se taparon las narices sincronizadamente, mientras Eloy Eloyito el del culo sanito, gritaba ¡Mierda, la de las nalgas de Pedrito!
Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NoDerivs 2.5 License.