jueves, 24 de mayo de 2007

Todavía resbalaba la sanguinolenta materia sobre la navaja cromada. Frotaba con un pañuelo color marfil de adelante para atrás el objeto punzo-cortante mientras se iba tiñendo de rojo. Esos movimientos asemejaban una masturbación y en cierto modo, esta imagen la excitaba sobremanera.
No quería dejar rastro alguno de plaquetas ni glóbulos rojos, quería guardar el arma del crimen como un trofeo brillante, un premio por haberse liberado de un engaño. La escondería en alguna parte de su departamento y cuando sintiera que alguien tomaba las riendas de su vida, aprovechándose de su buena fe y su caribeño cuerpo, vería el reflejo de sus ojos tristes en esa navaja, como lo hacía ahora.

Se preguntaba de qué manera se puede ser tan patán y tan imbécil, ¿ a poco no era suficiente que le hubiera perdonado el parecido a su padre? que tanto asco le daba; o también que le perdonara sus llegadas tarde y que a veces no durara tanto en la cama, si claro, todo eso era perdonable pero perdonarle una infidelidad como la que presenció con el tal Martito jotito, putito ese, eso si que no.

Minutos antes, Eloy y ella compartían el lecho, entre sudor y gemidos. Después de tantos momentos de intimidad compartida deseaba que antes de empujarlo a cruzar de la vida a la muerte, sus pensamientos fueran de placer, todavía escurrían por sus estrechos pliegues del ano, las últimas blancuzcas partículas de vida de Eloy. Tenía ese sentimiento ambiguo, contrastante, agridulce. Sí , sentía placer y pena al mismo tiempo

Ya nunca pronunciaría su nombre, era una promesa que se había hecho. Ni al momento de confesar sus delito ante alguien. Tendría que llamarlo a Eloy de otra forma, tal vez, como lo hacía en sus jugueteos sexuales, se le vino a la mente la primera vez que bromearon al respecto, después de que ella apretará con tal fuerza su pene que el perdió la respiración por fracciones de segundos. Si aquella vez ella estaba con el sin lucro de por medio, caricias provenientes del mero hecho de compartir su calor y soledad con él.

− ¿Grecia sabes por qué les dicen gatos a los maricones?− Le decía Eloy mientras recorría su espalda lentamente hacía abajo.
− Por resbalosos…− contestaba Grecia mientras reía.
−No − seguía acariciándole la espalda bajando lentamente hasta que llegó al ano y metió el índice estrepitosamente−. Les dicen porque les soban la espalda y te paran la cola…
−¡Ay Tonto! Entonces tú eres Garfield o Kitty… No no eres Félix el gato.
−¡Miau!
Y los dos reían como locos, mientras comenzaban a tocarse entre espasmos de placer.

Después de terminar de limpiar todo. Y Aprovechando que eran las cuatro de la madrugada. Tomó sus pertenencias, las guardó en una bolsa y salió de la casa con ropa de Eloy. Sabía que la vecina era metiche, pero algo miope y vio cuando entro Eloy acompañado de una mujer, es decir él, entonces las sospechas recaerían directamente del hombre que saliera de la casa, en el caso de que lo llegarán a ver. Se dirigía a la casa de Gaby, al salir se dijo a sí misma, en voz muy baja, como convenciéndose
− Pinche resbaloso, eres igual de ladino como ese pinche gato negro, el gato Félix. Sí. Te merecías que te atravesará el corazón.

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