Camino, con la poca velocidad que se consigue en pocos pasos: lo ancho de la banqueta. Antes de llegar a la calle doy vuelta repentinamente, mientras giro la cabeza. Sí, exagero, lo suficiente para que se me agite el cabello, es lo que les gusta a mis clientes. Después de todo es mío, es natural y no una pinche peluca. Siempre que lo hago me imagino a la noche. La imagino e imagino a mis cabellos como filosos cuchillos que la cortan para dejar pasar la luz. Luz de mis amores, que me ilumina.
Me llamo Grecia. Por las noches hago sexo y por el día poesía. Aunque casi siempre que me están cogiendo, para evitar el dolor, pienso en el siguiente texto que publicaré: el sexo se me mezcla con las letras. El nombre de mi blog: trestrazos. Así, unido, como las tres cicatrices de mi espalda. Esas que me hizo mi padre cuando aún era niña, o niño, cómo me quieras poner en las notas que tomes de mi vida.
La infancia. En ese entonces Grecia aún no existía, estaba contenida en la mente de Eduardo. Se escondía, esparcida en infinitas partículas por entre los recovecos mentales, dentro de sentimientos que jamás había experimentado. Poco a poco fue adquiriendo forma, se fue configurando hasta convertirse en esa que está parada allí, a un lado mío. La veo moverse adelante y atrás, la veo pensativa cada vez que agita su cabello entre la noche.
Comenzó a asomarse en las pulseritas de colores. De su muñeca colgaban cuentas de resina, unas con forma de osito y otras de mariposa. Entre ellas uno que otro corazón de metal cromado. Siempre que caminaba se preocupaba por agitar los brazos casi estrepitosamente, para que quien pasara a su lado volteara a verle las pulseras y volteara a verlo a él, porque él se encuentra contenido en ella.
Cuando se lo dijo, Gabriela estaba sentada en la sala de su casa, escuchando “Como han pasado los años…” No creía que alguien como Grecia pudiera llegar a cometer un asesinato. Y más que pudiera matar a alguien a quien quería tanto. Si bien era grade de cuerpo, su carácter reflejaba la sumisión de quien se siente vulnerable ante todos.
A él lo conoció cuando cambió de lugar. Llegaba todas las madrugadas, como a eso de las tres, cuando ella aún estaba allí. Ahora el lugar acostumbrado era Gonzalitos, casi llegando a Madero. Siempre le decía que estaba escribiendo y que, como no podía dormir, decidió salir a dar un paseo. Así se consumían la noche juntos, fumando y platicando a distancia para no espantar a sus clientes: ella en la banqueta, él sentado entre los autos. Se llamaba Félix.
6 comentarios:
Eres la mamada Félix.
Sí yo también comparto esa opinión.
Y yo!
Al igual que yo
Pues qué falta de seriedad, por qué nadie pone su nombre?
Machín Rin
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